Era el cumpleaños de mi hija mayor, estábamos ella y yo en una especie de evento gigantesco que podía ser una Feria del libro o algo por el estilo. La ciudad era Buenos Aires, aunque no se decía nada al respecto en ningún momento. Todo el mundo estaba ahí para saludar a mi hija, que continuamente abrazaba y besaba a quienes se le acercaban (no había confinamiento). Yo estaba sentada como a unos 5 metros de ella, al lado de la puerta, relojeando la gente que entraba y salía. Se sabía, al parecer lo sabía todo el mundo, que a mi hija el único saludo que le interesaba superlativamente era el de una persona, a la cual quería muchísimo. En un momento dado, en medio de un gran revuelo, esta persona entra con su maravillosa y larga melena al viento y su vestido blanco con delicadas flores esparcidas por todo su contorno. Obviamente, capta todas las miradas, pero ella, era una mujer, sólo quería acercarse a saludar a mi hija. Mi hija, pongamos M, cuando la ve se emociona y se abraza a ella. Yo las dejo un rato y luego me acerco y esta mujer, pongamos CFK, me abraza a mí también como si me conociera de toda la vida. Y así estamos, pletóricas, unos pocos minutos, porque el resto de la gente quiere hacerse selfies con ella y se enojan con nosotras por acaparararla. Un sueño verdaderamente lindo: SINCERAMENTE.